viernes, 18 de febrero de 2011

leandro y el plano de una casa


Hay un plano de una casa. Una casa cuya entrada tiene escalera, y claro que para entrar hay que subirla. Pero mientras subimos, poco interés tiene en nosotros (al menos en mí) esa escalera, solo queremos entrar. Y en el último escalón, el primero ya no tiene nombre, no sirve de pista para ver de dónde vengo. Y así comencé a leer. En mi casa, no me acuerdo cómo llegué. Solo recuerdo que tenía un libro. Tenía ocho años y me habían regalado un ejemplar de Harry Potter (3). No sé si leí antes, puesto que este fue mi último escalón. Y así entré, y en la entrada ubico esos libros que llegan quién sabe cómo, cuyos nombres reverberan en la cabeza como si el autor te pidiera a gritos atención. Baudelaire me gritó las flores del Mal y yo le hice caso. Pero la verdad es que ignoro el lugar donde voy a poner ese libro. En el comedor no creo, puesto que tardé más que en leer a Saramago (las intermitencias de la muerte) y a Malinowski (los argonautas del Pacífico Occidental). En el baño que carece de puerta (se la saqué), tampoco; no lo encerraría ahí como a Márquez o al super-complementado-de-textos-con-estadísticas Durkheim. Cien años de soledad y el suicidio merecen quedar allí, sin libertad porque no les permito aburrirme más. En la cocina podría ser. Allá donde mis ideas se meten en una olla y mi cabeza en el horno para pensar como debe ser, atendiendo muchas perspectivas y respetando al autor. Platón y hasta Hitler o compilaciones de autores poniendo la muerte como lo que es, un objeto más de estudio en esta sociedad altamente ritualizada, me llenan y hasta me desbordan cuando les pido palabras. No quiero decir que admire a Hitler o que sea nazi, sino que pensar y reflexionar y supone (al menos eso creo yo) conocer al otro en su contexto. En mi cuarto puse libros que, de chico, me gustaron. Libros que me ayudaban a dormir tranquilo, a abstraerme: Harry Potter y su saga, The client, Frankenstein y Hamlet. Sí, me gustaba Hamlet y quizás era porque era distinto y un poco loco o quizás porque me hacía acordar al capítulo de los Simpsons. No sé qué escalón fue este. Y por último donde seguro a Charles no lo voy a poner es en la escalera de emergencia donde huyo. Como huí del enfermizo Kant.

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