viernes, 8 de abril de 2011

daiana escribe en la calle

Cuando era muy chica conocí a “Ami el niño de las Estrellas”, me lo presento “Madrina” que en ese momento me regalaba muchos cigarros de chocolote también.
Mientras más sabia de “Ami”, menos me gustaba. El me explicaba cosas que yo consideraba mentiras, entonces me decidí y lo abandone en una estrella muy lejana, que no puede verse en el mapa, pero que esta ahí. Desilusionada por “el mentiroso”, me enoje y no quería escuchar a nadie. De a poco fui escondiéndome dentro de mi casa, el lugar donde nadie podía verme. Allí no estaba sola, en cada habitación había historias esperándome, que hoy puedo decir forman parte de mi propia historia. En un principio, me decían que estudie en mi pieza por horas diciéndome que de esa manera “seria alguien”. ¿No era nadie? Montones de serios que poco me importaban, estaban inmóviles con su vista en mí. Para no ser irrespetuosa siempre me acercaba a alguno: “David Copperfield” fue el primero que conocí, le habían pasado demasiadas tragedias al pobre. Al lado sentado se encontraba “El principito” niño rubio y melancólico que viajo por el Universo (el también conoció a Ami y tampoco le cayo bien). Pasaba un rato y estaba rodeada de seres uno más raro que el otro y con vidas llenas de aventura. “Harry Potter y su piedra filosofal”, “Condorito”, “Tom Sawyer” y “Alicia en el País de las Maravillas”. En esa habitación crecí divertida de conocer tantos mundos y a la vez alejada del mió. Ya en la secundaria haber conocido a “Facundo” me amplio la visión, recuerdo que el patio en esos años era mi lugar para leer y enterarme por ejemplo de “Anna Frank” y también de lo que fue el holocausto. Crecería mi lectura a partir de entonces. “Cien años de Soledad” en Macondo graficaría para mi la explotación bananera en Colombia y así alimentaría mi curiosidad política. “La curiosidad” es un bicho que escarba profundamente generando una ansiedad crónica por la información y la verdad. Tuve que devorarme libros de Lenin, Marx y Engels entre otros. La biblioteca comunista era envidiable, muy bonita, pero pronto se lleno de polvo y la coloque en el segundo piso de la casa, que no era habitado por nadie.
Cansada de la política “Sobre héroes y tumbas” me regalaba una lectura literaria que extrañaba, a ese compañero lo arrastre por toda la casa desde el pasillo de entrada hasta el patio, crucé las habitaciones conectadas hasta la cocina y también fue conmigo al baño varias veces. Me requería mucha atención leer una novela tan compleja, me hablaba de la vida de “caudillos y gauchos” y pasaba a contarme del amorío de dos pibes en las calles de Capital Federal. Lo leí dos veces y fue el primer libro que quise desnudar hasta el esqueleto, su composición ocupaba horas de mi razonamiento. La información por la cual mi “curiosidad” estaba hambrienta ahora, era la cuestión nacional. De libro en libro quería pasar, tenia que averiguar que significaba eso. “La revolución permanente” y “Las venas abiertas de América Latina, me esclarecieron en parte la visión. Pero finalmente fueron los libros como “Peronistas revolucionarios” y “No dejes que te la cuenten” los que me acercaron a la realidad de mi Pueblo. Fue en una de esas lecturas cuando me pare de la silla en la que estaba sentada, muy tranquila y camine hacia el pasillo de la puerta de calle. Abrí esa puerta y salí. Deje a todas esas “partes” desordenadas por la casa, no me importa porque se que igual están ahí, puedo leer mi mapa y recorrer por esos caminos. No me importa porque en la calle se están escribiendo más libros y yo también escribo (Junto a los demás).



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