viernes, 8 de julio de 2011

leer a meret: reseña de en la pausa II

Una vida detenida en el recuerdo… ¿o en la escritura?
por Francisco Sosa

Estamos acostumbrados, cuando nos dicen que lo que estamos leyendo es una autobiografía, a leer bajo un “contrato de verdad”, a aceptar que el que escribe y el narrador que se narra son la misma persona. Pero olvidamos que una novela escrita en primera persona puede asistir a esa forma de escritura autobiográfica y leerse, por qué no, como una autobiografía. Esta posibilidad de vida que habita en los textos encuentra su espacio en el proceso, en el recomenzar constante, tematizado y narrado para quien lee, como la experiencia de algo secretamente conocido. En la pausa, de Diego Meret, ganadora del premio Indio Rico de Autobiografía 2008, pone en tensión el propio género y se suma a una cuestión que, según Philippe Lejeune, los biógrafos “raramente se plantean y que siempre, implícitamente, suponen resuelta”[1]: la manera en que un texto puede parecerse a una vida.
En “El pacto autobiográfico” Lejeune intenta deslindar a la autobiografía de todos los géneros que la cercan y hasta se le confunden (memorias, biografía, novela personal, poema autobiográfico, diario íntimo, autorretrato o ensayo) Pero en este recorrido por la identidad del narrador y el personaje, por la persona gramatical  y por el parecido a la realidad, abre, al mismo tiempo que busca cerrar, la posibilidad de practicar una escritura autobiográfica y una lectura autobiográfica. Entre palabras como exactitud o fidelidad, Lejeune nos dice que “el autobiógrafo nos cuenta precisamente –en eso estriba el interés de su narración- lo que sólo él nos puede decir.”[2] Una forma íntima de conocer que se nos revela en el recuerdo del otro.
El protagonista de En la pausa se pregunta:
“Y antes de acostarme pensé: “qué no es una experiencia”.
No se me ocurre, en el marco de una escritura vivencial, qué sería capaz de contar sin caer en la reelaboración de mi vida a través de la escritura.”[3]
Narrarse y recordarse a través de la literatura es, de la manera que se presenta en la novela, una reelaboración del pasado. En la pausa es un momento, un instante, en la vida de un lector que busca asumirse como escritor. Reconstruimos esa iniciación recolectando “retazos” de recuerdos: el único libro que había en su casa, un cuarto de hotel donde va a escribir, sus años de obrero textil, sus primeros poemas, sus lecturas, el pasaje fugaz de un viaje cuando niño. Un anecdotario. (“Hoy metería en la bolsa lo que descansa en mi baldío”[4]).
En los capítulos de la novela aparecen, evocados en el nombre de un personaje, en un pueblo, o en las lecturas de sus libros, autores que parecen ir construyendo, junto con Meret, esta constelación de recuerdos inventados. Uno de ellos es Felisberto Hernández, creador de una obra tramada entre la autobiografía y la ficción. En Por los tiempos de Clemente Colling leemos:
“…yo me echo vorazmente sobre el pasado pensando en el futuro, en cómo será la forma de esos recuerdos. Por eso los veo todos los días tan distintos (….) al revolver todas las mañanas en los recuerdos, yo no sé si precisamente manoteo entre ellos y por qué. O cómo es que revuelvo o manoteo en mi propia vida, aunque hable de otros.” [5]
El narrador, que se recuerda desde el presente, antes, era otro, y ya no puede volver a mirar esos lugares, ese fluir de vida, con los mismos ojos de cuando niño, o joven, o adulto. Él es otro. Es doblemente otro, porque en el ejercicio de escribirse se vuelve a pensar, y necesita construirse recordándose desde su otredad. Como si al cruzar el puente que la escritura tiende hacia su pasado, un puente atravesado por la vida y la palabra, aquel territorio autobiográfico se encontrara disfrazado y ficcional. (“Es como si al pensarme hacia atrás casi no viera nada, sólo una avenida neblinosa en un estado del mundo que no es ni día ni noche, como si a cada segundo estuviese escapando de una persona nueva”).
Revolviendo entre los recuerdos, metiendo la mano hasta el fondo, cambiándolos de lugar, prestándole más atención a unos que a otros, perdiendo algunos, arreglando los viejos y gastados tal vez con otro más reciente, o inventándolos. Así recupera sensaciones el escritor de En la pausa, como un hacedor de sus propios recuerdos. (“Trato de pensarme en los recuerdos… aunque tenga la sensación de que para recordar primero hay que inventarse un pasado”).
Pero hay algo más cuando una escritura autobiográfica funciona como una trasposición del recuerdo. Si la palabra recordar tiene en su raíz algo de cordial y cardíaco, y significa, como dicen, volver a pasar por el corazón, en los campos de la autobiografía su significado debería virar a un volver a pasar por la escritura. Esta veladura ficcional de las vivencias cotidianas -esas donde uno puede decir que no pasó nada espectacular, las habituales, las que estamos tan acostumbrados a ver que ya no las cuestionamos (“con tan poco le bastó para que hiciera la idea de que tuvo un pasado”), aparece en otro texto que comparte el lugar en el que estamos viendo a Meret y a Felisberto. Se trata de “Ómnibus”, de Elvio Gandolfo, donde el narrador, reflexionando sobre su proceso de escritura, el cual consiste en registrar momentos de sus viajes en micro, dice:
“…se trata de un proceso como el de un trozo de ámbar caliente que atrapa a un mosquito y lo deja ahí escrachado, aplastado, cuando se enfría, para siempre. Tal vez si no hubiera ni empezado a escribir esto me habría olvidado –aunque no creo-, pero ahora, cada vez que voy o vuelvo, que recorro el mismo tramo, voy pensando en el libro, mezclado con las imágenes y sonidos, en un proceso que en vez de tener el papel de impulso para la inspiración, hace que me recueste en el mero goce de esa mirada doble: lo que veo u oigo y lo que escribiría. De tal manera que me recuesto en ese condicional, y siento el gran placer de no escribir, de no seguir.” [6]
Lo que uno ve no es lo que ve, sino lo que escribe. La mirada doble es mirar lo que se ve en función de cómo se lo escribiría.
Es como si en la vida del escritor habitara otra en potencia, tallándose con cada pasaje que recorre del mundo real al literario. Porque justamente es allí donde Diego Meret inscribió su autobiografía, en un mundo literario. Acerca de la decisión del escritor por partir de su experiencia y elegir lo inverosímil, y volverlo verosímil en el modo de orquestar esa ficción, dice Vargas Llosa que:
“La literatura expresa una verdad que no es histórica, no sociológica, ni etnológica, que no se determina por su semejanza con un modelo pre-existente. Es una escurridiza verdad hecha de mentiras: modificaciones profundas de la realidad, desacatos subjetivos ante el mundo, correcciones de lo real que fingen ser su representación. Discreta hecatombe, contrabando audaz, una ficción lograda destruye la realidad real y la suplanta por otra cuyos elementos han sido nombrados, ordenados y movidos de tal modo que traicionan esencialmente lo que pretenden recrear. No se trata de una operación caprichosa: el desordenador verbal rehace, corrige, desobedece lo existente a partir de experiencias claves que estimulan su vocación y alimentan su trabajo. El mundo forjado así, de palabra y fantasía, es literatura cuando en él lo añadido a la vida prevalece sobre lo tomado de ella.”[7]
En un texto donde el escritor peruano cuenta cuáles fueron los recuerdos claves (“Cuál será de los pocos que tengo el recuerdo fundamental”) que lo llevaron a escribir La casa verde, se habla del “corazón autobiográfico” que late en toda ficción. Un latir cada vez más inaudible a medida que el “ropaje” de la novela van disfrazando ese recuerdo. Como si el libro empezara a escribirse cuando uno menos lo sospecha y toda analepsis autobiográfica fuera un intento por comprender una vida, poniendo el acento no en lo evocado, sino en la evocación.
Una vida que, en la obra de Meret, no se busca explicar ni definir en su totalidad, que no se puede concebir desmembrada de la lectura y la escritura porque allí, y sólo allí, podemos salir de ese estado de suspensión que nos permite trocar experiencia vivida por palabra creada.


[1] Lejeune, Philippe, “El pacto autobiográfico” en Anthropos, Pág. 57.
[2] Lejeune, Philippe, “El pacto autobiográfico” en Anthropos, Pág. 57.
[3] Meret, Diego, En la pausa, Pág. 16
[4] La voz en cursiva y entre comillas es del personaje de En la pausa. Sería injusto, al emprender una lectura desde cómo nos cuenta su pasado, que la nuestra sea la única voz.
[5] Hernández, Felisberto, Cuentos reunidos, Pág 62.
[6] Gandolfo, Elvio, Ómnibus, Pág. 38.
[7] Mario Vargas Llosa. “José María Arguedas, entre sapos y halcones” en Los ríos profundos – Cuentos escogidos. Pág. 192.

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