sábado, 23 de julio de 2011

maría alejandra: autobiografía




Un 23 de noviembre en el hospital “Cosme Argerich” del barrio de La Boca, mí  madre me parió.
Eso fue luego de un largo trabajo de parto, con el pequeño detalle de que ella se tuviera que acercar caminando despacito y solita hasta la sala, porque los médicos le restaron importancia durante 2 días de internación a sus contracciones. Mamá me contaba que iba sosteniendo mi cabecita para que no me escapara entre sus piernas en los pasillos del hospital.
Contaba la familia que papá al oír el grito de mi madre pujando se desmayó en el hall de espera mientras mis tías lo asistían y, la vieja seguía haciendo fuerza, porque  me había trabado y no salía o, cansado digo yo.
Así nací y me llamaron María Alejandra.
No me crié en el barrio de La Boca, si no que mis abuelos maternos junto con sus diez hijos se instalaron en ese arrabal cuando llegaron del campo.
Digo no me crié pero sí pasé la mayor parte de mi infancia y adolescencia en ese lugar.
La casa tenía entrada por la calle Lamadrid 742, era un complejo de varias viviendas que terminaba del lado de Caminito. Hoy ese lugar ya no existe se incendió cuando una estufa comenzó a quemar los pisos de madera donde todo ardió en pocos minutos, hace aproximadamente más de 6 años.
No obstante ese hogar  fue un semillero de artistas, allí Cecilio Madanes, director de Teatro montó el famoso “Teatro Caminito”, él se había hecho amigo de una de mis tías y le pidió si podría usarse la parte de adelante de la casa como camarines para los actores y si el teléfono de la casa podría darse como el número para la  boletería.
Con mis primos nos sentábamos al borde de la pared donde el tío había hecho un palco que daba directo al escenario del teatro, al aire libre, eso sí de costado. Igualmente podíamos ver las obras tanto desde la casa como desde el propio teatro, Madanes nos dejaba ser espectadores cuantas veces quisiéramos, a mí me gustaba la primera fila, a mi prima también, el que más sufría era Yayo, decía que lo hacíamos pasar vergüenza.
Era chica sin embargo puedo recordar a Beatriz Bonet, a Edda Díaz, Carlos Calvo, cuando no se había hecho aun la cirugía en la nariz y era muy jovencito, Juan Carlos Galván, Gabriela Gili, Olga Zubarry, Jorge Luz y tantos otros.
Vi todas las puestas, las que más recuerdo son “El conventillo de la paloma” y “La verbena de la paloma”, donde el despliegue era enorme y algunas actrices entraban a la casa en medio de una escena para participar desde el palco y decir un parlamento o  cantar ….”dónde vas con mantón de Manila …” y en un poema de Carmen Aguirre dice que: El mantón tiene más de divino que de humano.
En una ocasión la cantante principal que lucía el mantón, creo, advirtió mi deseo de tocarlo, entonces deslicé despacito mis dedos sobre la seda, sus bordados, los colores de las flores entramadas como un ramo pintado con infinitos matices, recuerdo el fondo amarillo de la tela. Ella luego me lo colocó en la espalda y acercándome al espejo se agachó y cantamos juntas esa canción aprendida de tanto oírla. Jamás pude volver a acariciar uno, porque era auténtico Cecilio Madanes exigente y detallista los encargaba especialmente.
No era una época de tanto cuestión mediática, todo lo contrario los actores eran de la familia y como mis primos y yo éramos chicos siempre nos representaban  algo “solo para nosotros” y persistente les decía que iba a ser actriz. Cuando mi mamá oía eso decía, primero hay que es tu diaaaarrr, creo que en ese momento la detestaba.
También ocurrió que una de mis tías se casó con el hermano de Beatriz Ferrari, quien era en ese momento la más  prestigiosa bailarina clásica del Teatro Colón.
Ya de más adolescente me  cuenta un día mi propia madre, que Beatriz le había dicho: “por qué no la llevás a mi estudio, mirá que lindas piernitas tiene y está en la edad ideal para aprender baile”. Por supuesto que mi mamá dijo NO. Cuando le pregunté por qué no me había dejado estudiar baile y que además no tenía que pagar ni un peso y hubiera sido formada por una de las mejores maestras contestó: “porque todas las bailarinas son putas, qué es eso de andar mostrando la cola cubierta con  apenas un tutú para que los demás te  miren”.
No obstante  en mi adolescencia gané un concurso de rock and roll en el Club Comunicaciones allá por los setenta y, por supuesto nunca se enteró.
 Estudié teatro, actué, estudié guión, escribí, filmé y trabajé  en producción de cine y de televisión.
Jamás fui incentivada para el arte, en casa esas cuestiones no eran parte de la vida y  hasta el momento  me sigue dando extrañeza cómo pude manifestarme en esas áreas.
Tampoco había muchos libros, sólo dos, uno guardado en el placard de mis padres que yo veía cada vez que mamá acomodaba la ropa y el de Doña Petrona que era de mi abuela, en la cocina por supuesto.
Pero el libro del ropero era raro y me provocaba inquietud entonces se lo pedí a mi madre, me lo dio y me dijo por lo bajo que se lo había regalado un novio de ella, pero que nunca lo había leído.
Me senté a la mesa en el comedor con “Las mil y una noches” de Biblioteca Hispania con traducción de Pedro Pedraza y Páez, Edición ilustrada , sesenta y cinco grabados en negro y siete cromotipias, de Editorial Ramón Sopena, Barcelona, Impresión en España. Tapa dura en tela. Año 1949.
Seducida por el tamaño del libro y sus gráficos comencé pausadamente a mirarlo de atrás para adelante, de adelante para atrás, del medio al final , del inicio a la mitad, cerrándolo, abriéndolo, tocándolo como si fuera un topacio y comenzamos a cortejarnos con moderación.
Me acompañó durante las noches en mi mesita de luz improvisada que era un banquito de madera hecho por mi padre, del tamaño para una nena de nueve años. No recuerdo bien cómo fue que lo leí, sí cuanto de todos esos mundos inimaginables para mi habrían señalado a otras lecturas.
El libro aún vive conmigo, al igual que Scherezade, logró sobrevivir.
No sé si tendré mil noches para mil cuentos.
Mil noches de desvelo.
Mil cuentos en la palma de mi mano.
Mil dedos para escribirlos.
Millones de palabras para decirlas.
Mil hojas para plasmar pensamientos.
O todo esto, noches, cuentos, puertas, ventanas que asoman a mi cara con interminables palabras.
Noches sentenciosas que comiencen a estar repletas de sueños donde el vacío no sea ya un obstáculo.
O serán miles de noches
dando saltos como gorriones picoteando el barro de la memoria que alberga largas filas de flores dibujadas en espejos.

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