martes, 12 de julio de 2011

leer a meret: reseña de en la pausa V

En la pausa o de la simulación en la escritura por Guillermo Negri

En la pausa de Diego Meret –Premio Indio Rico 2008 (Estación Pringles) de autobiografía- es, como diría Julio Cortázar en su “Tablero de dirección” de Rayuela, “muchos libros, pero sobre todo es dos libros”. Y en este texto, también, conviven, al menos, dos. Uno nos relata las peripecias cotidianas de un joven que aspira a transformarse en escritor y esto, a su vez, lo lleva a pensar sobre la tarea de escribir; o en otras palabras: al recorrer las páginas de la primera obra publicada de Meret asistimos a una ficción del yo articulada con una ficción sobre la (propia) situación de escritura.
En este relato, la ficción del yo nos cuenta la historia de un lector que quiere convertirse en escritor. Desde el pretexto, el protagonista/narrador se presenta como lector del Martín Fierro y lector (de la imagen en movimiento) fascinado por la Mujer biónica. El Martín Fierro también lo fascina por la naturaleza “extravagante” y “sofisticada” del libro, como objeto, no como obra. Gracias a este deslumbramiento, descubre que el gran poema gauchesco le gustó muy poco, en cambio, sí encontró el gusto por la lectura. Sus lecturas de Borges, Rulfo, Osvaldo Lamborghini, Onetti forman parte de los diferentes capítulos del texto, en títulos como Comala”, “Onetti”, “El aleph”, “El niño (aunque ya no niño) proletario”. Cabe la advertencia de que no son tomados como parodias, tampoco como homenajes, tal vez algún ademán alegórico, o una alusión temática que funciona, además, como un anclaje del acto de escribir dentro del territorio de lo literario.
Como se dijo antes, es la historia de un lector que desea convertirse en escritor y, así, comienza a padecer y reflexionar sobre la imposibilidad de la escritura. En uno de los tantos prólogos que tiene Museo de la novela de la eterna, de Macedonio Fernandez, el narrador afirma: “Yo quiero que el lector sepa siempre que está leyendo una novela y no viendo un vivir, no presenciando una ‘vida’”. En esto consiste la lucha entre la escritura, o si se quiere: la representación simbólica, y la vida. Escribir una vida no equivale ni a vivirla ni a presenciarla, como en un reality, aunque simulemos o juguemos a que sí.
En este sentido, al menos, el texto de Meret expone una resistencia a entender a la escritura como un mecanismo necesario para representar la “realidad”, tensión a la que el mismo texto alude al llamar a la escritura del pasado del personaje bajo los términos de “garabato anónimo y borroneado”. A partir de comentarios como “No se me ocurre […] qué sería capaz de contar sin caer en la reelaboración de mi vida a través de la escritura”; o en la división que presenta (hasta gráficamente) cada uno de los episodios como “El hotel” o “El aleph”, se muestra la ficción y la situación en que fue creada esa ficción, tal como se define en el concepto de “metaficción” analizado por la especialista norteamericana, Patricia Waugh (cuyos estudios aún no fueron traducidos al español).
Esta doble estrategia literaria revela cierto ejercicio de simulación de escritura, que al igual que en un reality show nos invita a espiar la realidad, pero solo es un recorte que guarda con ella una mera relación de apariencia. Esta escritura in media res exhibe su elaboración a la vista y reflexiona sobre su propia dificultad de ser escrita, retrasando al relato que se detiene a discurrir sobre cuestiones relativas a la práctica profesional del escribir. Este es un gesto de verosimilitud que se repliega en un simulacro, ya que, en definitiva, no sólo la escritura se realiza finalmente, sino que, además, el autor gana un concurso y su obra se publica, haciendo de esa resistencia al acto de escribir un gesto, una mueca.
También, se podría pensar, en definitiva, que la autobiografía simula que aquello que se narra (“El pretexto”, los “Retazos de la pausa”) es lo acontecido, ya que la escritura acentúa la mediación con la referencialidad y, de este modo, la realidad se insinúa, se alude, pero no se hace transparente. Con este simulacro, Meret no nos quiere engañar, nos invita a jugar. Y como en todo juego, la consigna, o quizás deberíamos decir el acuerdo entre escritor y lector, es “dale, juguemos a que yo soy… y vos sos…”. Y el que avisa (en el “Pretexto” se nos sugiere una advertencia de este tipo), no traiciona.
En una entrevista que Meret dio, recientemente, a los alumnos ingresantes a la incipiente carrera de Letras dictada por la UNSAM, el joven escritor, además de afirmar que “ninguna vida es verosímil, al momento de escribirla”, manifestó su particular interés por la forma de “escritura incompleta” que presentan algunas nuevas letras publicadas en los últimos años en nuestro país. Una publicación que pone en circulación un texto sin terminar, nos haría pensar en un movimiento similar a la vanguardia, donde se despliega la negación misma de la moderna noción de obra.
En la ficción del yo, Meret nos muestra el itinerario de un personaje que desea convertirse en escritor, partiendo de sus mapas de lectura. Simultáneamente, hace intervenir su narración con situaciones, incompletas, sostenidas es una pausa que desacelera el relato, doblándose y desdoblándose sobre sí mismo, tomando al mismo acto de escribir como una representación simbólica más. Finalmente, zambullirse en las páginas de este libro, es como abrir la puerta para ir a jugar.

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