bitácora del profesorado universitario de letras de la universidad nacional de san martín
martes, 12 de julio de 2011
biografía no autorizada de diego meret por guillermo negri
Diego Meret, llegó a esta vida en 1977, en los barrios de extramuros del distrito bonaerense, gran bonaerense, de Morón. Desde niño, se apasionó por la lectura: leyó desde el Martín Fierro hasta las recetas de cocina de Doña Petrona. Fue trabajador de la industria textil, por un considerable período. Es profesor de Letras. Asiste a cursos de escritura dictados por Alberto Laiseca y si bien En la pausa es su primera obra editada, los especialistas piden a gritos que las empresas editoriales publiquen de una buena vez La ira del curupí. Ambas obras fueron galardonadas en el concurso Indio Rico, auspiciado por el colectivo Estación Pringles. Además, parece buen tipo.
leer a meret: reseña de en la pausa V
En la pausa o de la simulación en la escritura por Guillermo Negri
En la pausa de Diego Meret –Premio Indio Rico 2008 (Estación Pringles) de autobiografía- es, como diría Julio Cortázar en su “Tablero de dirección” de Rayuela, “muchos libros, pero sobre todo es dos libros”. Y en este texto, también, conviven, al menos, dos. Uno nos relata las peripecias cotidianas de un joven que aspira a transformarse en escritor y esto, a su vez, lo lleva a pensar sobre la tarea de escribir; o en otras palabras: al recorrer las páginas de la primera obra publicada de Meret asistimos a una ficción del yo articulada con una ficción sobre la (propia) situación de escritura.
En la pausa de Diego Meret –Premio Indio Rico 2008 (Estación Pringles) de autobiografía- es, como diría Julio Cortázar en su “Tablero de dirección” de Rayuela, “muchos libros, pero sobre todo es dos libros”. Y en este texto, también, conviven, al menos, dos. Uno nos relata las peripecias cotidianas de un joven que aspira a transformarse en escritor y esto, a su vez, lo lleva a pensar sobre la tarea de escribir; o en otras palabras: al recorrer las páginas de la primera obra publicada de Meret asistimos a una ficción del yo articulada con una ficción sobre la (propia) situación de escritura.
En este relato, la ficción del yo nos cuenta la historia de un lector que quiere convertirse en escritor. Desde el pretexto, el protagonista/narrador se presenta como lector del Martín Fierro y lector (de la imagen en movimiento) fascinado por la Mujer biónica. El Martín Fierro también lo fascina por la naturaleza “extravagante” y “sofisticada” del libro, como objeto, no como obra. Gracias a este deslumbramiento, descubre que el gran poema gauchesco le gustó muy poco, en cambio, sí encontró el gusto por la lectura. Sus lecturas de Borges, Rulfo, Osvaldo Lamborghini, Onetti forman parte de los diferentes capítulos del texto, en títulos como “Comala”, “Onetti”, “El aleph”, “El niño (aunque ya no niño) proletario”. Cabe la advertencia de que no son tomados como parodias, tampoco como homenajes, tal vez algún ademán alegórico, o una alusión temática que funciona, además, como un anclaje del acto de escribir dentro del territorio de lo literario.
Como se dijo antes, es la historia de un lector que desea convertirse en escritor y, así, comienza a padecer y reflexionar sobre la imposibilidad de la escritura. En uno de los tantos prólogos que tiene Museo de la novela de la eterna, de Macedonio Fernandez, el narrador afirma: “Yo quiero que el lector sepa siempre que está leyendo una novela y no viendo un vivir, no presenciando una ‘vida’”. En esto consiste la lucha entre la escritura, o si se quiere: la representación simbólica, y la vida. Escribir una vida no equivale ni a vivirla ni a presenciarla, como en un reality, aunque simulemos o juguemos a que sí.
En este sentido, al menos, el texto de Meret expone una resistencia a entender a la escritura como un mecanismo necesario para representar la “realidad”, tensión a la que el mismo texto alude al llamar a la escritura del pasado del personaje bajo los términos de “garabato anónimo y borroneado”. A partir de comentarios como “No se me ocurre […] qué sería capaz de contar sin caer en la reelaboración de mi vida a través de la escritura”; o en la división que presenta (hasta gráficamente) cada uno de los episodios como “El hotel” o “El aleph”, se muestra la ficción y la situación en que fue creada esa ficción, tal como se define en el concepto de “metaficción” analizado por la especialista norteamericana, Patricia Waugh (cuyos estudios aún no fueron traducidos al español).
Esta doble estrategia literaria revela cierto ejercicio de simulación de escritura, que al igual que en un reality show nos invita a espiar la realidad, pero solo es un recorte que guarda con ella una mera relación de apariencia. Esta escritura in media res exhibe su elaboración a la vista y reflexiona sobre su propia dificultad de ser escrita, retrasando al relato que se detiene a discurrir sobre cuestiones relativas a la práctica profesional del escribir. Este es un gesto de verosimilitud que se repliega en un simulacro, ya que, en definitiva, no sólo la escritura se realiza finalmente, sino que, además, el autor gana un concurso y su obra se publica, haciendo de esa resistencia al acto de escribir un gesto, una mueca.
También, se podría pensar, en definitiva, que la autobiografía simula que aquello que se narra (“El pretexto”, los “Retazos de la pausa”) es lo acontecido, ya que la escritura acentúa la mediación con la referencialidad y, de este modo, la realidad se insinúa, se alude, pero no se hace transparente. Con este simulacro, Meret no nos quiere engañar, nos invita a jugar. Y como en todo juego, la consigna, o quizás deberíamos decir el acuerdo entre escritor y lector, es “dale, juguemos a que yo soy… y vos sos…”. Y el que avisa (en el “Pretexto” se nos sugiere una advertencia de este tipo), no traiciona.
En una entrevista que Meret dio, recientemente, a los alumnos ingresantes a la incipiente carrera de Letras dictada por la UNSAM, el joven escritor, además de afirmar que “ninguna vida es verosímil, al momento de escribirla”, manifestó su particular interés por la forma de “escritura incompleta” que presentan algunas nuevas letras publicadas en los últimos años en nuestro país. Una publicación que pone en circulación un texto sin terminar, nos haría pensar en un movimiento similar a la vanguardia, donde se despliega la negación misma de la moderna noción de obra.
En la ficción del yo, Meret nos muestra el itinerario de un personaje que desea convertirse en escritor, partiendo de sus mapas de lectura. Simultáneamente, hace intervenir su narración con situaciones, incompletas, sostenidas es una pausa que desacelera el relato, doblándose y desdoblándose sobre sí mismo, tomando al mismo acto de escribir como una representación simbólica más. Finalmente, zambullirse en las páginas de este libro, es como abrir la puerta para ir a jugar.
sábado, 9 de julio de 2011
tres simpáticos talleristas
aquí vemos a tres simpáticos talleristas mientras se reponen de una ardua tarea: coordinar las escrituras de treinta estudiantes secundarios que visitaron la UNSAM el 30 de junio
leer a meret: reseña de en la pausa IV
Pequeño curso intensivo para leer autobiografías ignotas, desconocidas e incompletas y no claudicar en el intento
por Damián Fidalgo
Novelas románticas, novelas negras, de suspenso, de ficción, no ficción, novelas históricas, de filosofía, fantásticas, etc. Cuando nos proponemos entrar en alguna aventura literaria rara vez nos cuestionamos como leerlo. Y quizás una de las razones sea que no lo necesitamos (el propio libro nos lo dice). Con las novelas y sus distintos géneros hacemos un pacto de ficción, o con los libros históricos queremos informarnos de algún hecho histórico. Pero con las autobiografías ocurre algo novedoso. Supuestamente estamos leyendo la vida del autor, de la persona que la escribió. Hasta aquí no sucede nada extraordinario, pero ¿qué pasa con una autobiografía en la cual no conocemos nada del autor? ¿Cómo hacemos para leerla como una autobiografía? Con En la pausa de Diego Meret nos ocurre eso. Claro que no nos podríamos preguntar nada y simplemente leerlo, como un libro de ficción, por ejemplo, y cumpliría con éxito su propósito. Pero en esta reseña queremos dar algunos indicios que nos permitirán leer el libro de Diego Meret como lo que es: una autobiografía.
A medida que nos adentramos en En la pausa nos encontramos que hay escasos datos del autor. Sólo sabemos que trabajó en una fábrica textil (coincidiendo con el narrador, que también trabajó en el mismo rubro); que es ganador del premio Indio Rico de autobiografía 2008 (con María Moreno, Ricardo Piglia y Edgardo Cozarinsky como jurados); que asiste a un taller de Alberto Laiseca; y que aparece en una colección de poesía y ficción latinoamericana de la editorial Mansalva (aportando más confusión a la autobiografía). Tampoco tenemos referencias fuera del texto que nos permita hacer un pacto autobiográfico, al modo que explica Lejeune[1], para que de ese modo sepamos que estamos leyendo la vida del autor (Diego Meret no es una figura conocida). Es decir, hay una total falta de certezas, tanto fuera como en el relato mismo. Pero lo que sí abundan en el texto son los detalles. Y en estos dos puntos nos vamos a apoyar para llevar a cabo nuestro cometido.
Inicialmente debemos aclarar la diferencia entre lo que es “Real” y los que es Verosímil. Se suele asociar lo “real” a lo “concreto”, a lo “objetivo”. Y es el realismo la corriente que reclama esta premisa. Cuando leemos un texto realista o de realismo “creemos” leer lo “real”. Sin embargo, nuestro énfasis está en el de “creer” leer lo “real objetivo”, ya que esto es imposible. La descripción realista tiene una fuerte carga subjetiva de la que no puede desprenderse. Según René Wellek, si el realismo es la “representación objetiva de la realidad social contemporánea”[2], esta definición no puede lograr lo que se propone. El realismo es un discurso presionado, no puede ser representado objetivamente. En consecuencia, ya no leemos algo “real” (algo que pasó, un hecho histórico) cuando leemos un texto realista sino que leemos una perspectiva estilística y artística: basta con que sea verosímil en su enunciación para que sea “realista”. Y lo verosímil, en el realismo, se consigue incorporando al texto elementos referentes de la “realidad” (detalles).
¿Cómo hacemos para buscar lo verosímil en En la pausa de Meret? Ya dijimos que el texto está lleno de detalles pero ninguna certeza. Bien, según Roland Barthes, estos detalles (que en un estudio estructuralista serían catalogados de “relleno” o catálisis), en el realismo, toman un nuevo significado: “lo ‘real’ se transforma aquí en significado de connotación; puesto que en el mismo momento en que se considera que estos detalles denotan directamente lo real, sin decirlo, no hacen sino significarlo”[3]. En otras palabras estos detalles se apropian de un nuevo significado dentro del realismo: “producen un efecto de lo real”[4], como dice Barthes, y le dan al texto una nueva verosimilitud. En resumen, lo verosímil del texto nos es dado por los detalles, sin olvidarnos que seguimos hablando de una estética textual.
En En la Pausa de Diego Meret ocurre lo mismo con la falta de certezas. La falta de certezas es el detalle. En cualquier otro género esta falta de certezas atentaría contra la verosimilitud del texto. Por ejemplo, en un texto histórico sería inadmisible la falta de certezas, incluso en una biografía que supone una investigación y un punto de vista argumentado. En cambio en una autobiografía lo que se cuenta es la propia vida a través de los recuerdos. Y esa visión que uno tiene de los recuerdos, nada tienen que ver con lo “real”, con lo que pasó realmente. Es decir que los recuerdos no son certezas de lo ocurrido, sino imágenes distorsionadas del pasado. Al igual que con los detalles en el Realismo, la falta de certezas (el detalle en Meret) que tienen los recuerdos toman una nueva significación: producen un efecto de lo real, de lo que “realmente pasó”, según la visión del narrador. Nosotros, al no conocer a Meret, ni tener información de él fuera del texto, intentamos apoyar el pacto autobiográfico dentro del texto: la falta de certezas en los recuerdos, el detalle en Meret, nos permite leerlo como verosímil y así consumar el pacto autobiográfico.
Esta premisa nos lleva a otra cuestión: ¿se puede inventar una autobiografía? Claro que se puede. Desde el momento en que esos recuerdos, mejor dicho esa visión distorsionada de los recuerdos, pasan por la escritura inevitablemente tienden a ficcionalizarse. Con esta nueva deducción podría surgir otra pregunta: ¿puede, la autobiografía, ser un mundo ficcional? Aquí también la falta de certezas nos proporciona la posibilidad de lograrlo. El mundo ficcional es un mundo incompleto que el lector debe completar: “el texto opera solamente como un esquema de potencialidades a rellenar. El acto de lectura es el que realiza, concretiza, la obra de arte y, también, la imagen o mundo experimentado en la ficción”[5]. Una vez que, nosotros los lectores, nos sumergimos en la autobiografía y la “creemos real” (como también nos “creemos” cualquier tipo de historia fantástica que leemos), esa autobiografía es ficcional. Por eso poco importa que Diego Meret haya inventado su autobiografía[6].
En la pausa de Diego Meret propone un juego muy interesante al escondernos datos referenciales, a su falta de certezas. Este texto “perezoso o económico” (como lo podría catalogar Umberto Eco)[7] nos moviliza cómo lectores y nos llena de preguntas y cuestiones. En esta reseña tratamos de proporcionar algunas respuestas y llenar algunos de los huecos que genera. Sí, este texto “perezoso” de tan sólo 76 páginas y escasas certezas nos saca de “La pausa” como lectores y nos impulsa a sumas lecturas e interpretaciones; la certeza de un muy buen libro se vislumbra en nuestras lecturas.
[1] “La autobiografía se define por algo exterior al texto, no por un parecido inverificable con la persona real, sino por el tipo de lectura que engendra, la creencia que origina, y que se da a leer en el texto crítico”(Philippe Leujene, El pacto autobiográfico, París, Seuil, 1975)
[2] René Wellek, Historia literaria, Problemas y conceptos, Barcelona, Laia, 1983, pág. 217
[3] Barthes, Roland [1982] "El efecto de lo Real" en Lukaes, George y otros, Polémica sobre el realismo, Barcelona, Buenos Aires
[4] Idem cita 2
[5]José María Pozuelo Yvancos, Poética de la ficción, Madrid: Síntesis, 1993
[6] Como comentó Diego Meret en la entrevista hecha por los alumnos de la Unsam el 12/01/11 en el teatro Tornavía
[7] Umberto Eco, Lector in fabula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo, Barcelona, Lumen, 1979, Pág. 76
leer a meret: reseña de en la pausa III
En la pausa: Una digresión silenciosa
Ser o no ser… famoso
por Franco Speranza
Al encontrarme frente a una autobiografía argentina viene a mí antes que nada un género al que vinculo más con las memorias de hombres de estado o escritores famosos del siglo XIX que con la existencia de este género en nuestros días.
Por ello me asombro al encontrarme con En la pausa de Diego Meret una autobiografía contemporánea que nos acerca a un personaje de intima empatía.
Diego Meret se encontró con las bases de un concurso literario: Premio Indio Rico de Autobiografía 2008. Este escritor joven, profesor de literatura, aunque no ejerce, gana el primer premio de este certamen, y así logra editar por primera vez un escrito.
Según las bases el autor debía tener menos de 35 años y el texto, entre 60 y 90 páginas. Estas pautas incluían implícitamente el criterio de lo ficcional, dice Meret en la entrevista dada a alumnos del Profesorado en Literatura de la UNSAM, el 16 de junio del 2011.
De esta manera con Meret podríamos pensar el texto como novela. Pero contra Meret sigamos pensando el concepto autobiográfico. En términos de Philippe Lejeune, en su texto “El pacto autobiográfico” (Revista Anthropos, 29, 1991) “La autobiografía se define a ese nivel global: es un modo de lectura tanto como un tipo de escritura, es un efecto contractual que varía históricamente.”
Me parece por lo tanto interesante comparar dos pactos autobiográficos distintos, que responden a momentos históricos y presencia pública del autor muy distintas. El del General Lucio V. Mansilla (1890) y el de Diego Meret (2008).
Me parece por lo tanto interesante comparar dos pactos autobiográficos distintos, que responden a momentos históricos y presencia pública del autor muy distintas. El del General Lucio V. Mansilla (1890) y el de Diego Meret (2008).
El texto de vida del General Mansilla precede y a la vez impregna su literatura. “Quién no conoce a Mansilla”es una frase común a fines de 1880. En tanto aquí debiéramos preguntarnos ¿quién es Meret? ¿Un desconocido que gestiona su propia fama, o aún mejor, la no necesidad de ella para escribir su autobiografía?
Así presenta, en La literatura autobiográfica Argentina, el profesor de literatura Adolfo Prieto, la noción de fama:
“En la infancia del hombre moderno, Burckhardt señaló la aparición de un sustituto al anhelo de seguridad no satisfecha: el culto de la fama. La fama- esa porción de eternidad rescatada al horrible vacío de un tiempo sin objetivos finales- , implicaba, en los esfuerzos por obtenerla, una canalización de tensiones y energías cuyos beneficios inmediatos redundaban en una fuerte exaltación de los valores personales”
De esta manera podemos pensar a Mansilla, como un constante constructor de su fama; como ejemplo podemos recordar una fotografía artística donde varios Mansillas están sentados alrededor de una mesa hablando. Pero además es un autor que se construye a sí mismo constantemente en su literatura, al tiempo que se queja que la calle Mansilla es en honor de su padre y no de él.
Toda la textualidad de Mansilla es autobiográfica, Una excursión a los indios Ranqueles, Las causeries, Mis memorias. En todas ellas su vida, su personalidad, sus experiencias de viajes, sus experiencias militares y políticas, sus lazos familiares. Son las que se relatan o contestan. Pensando particularmente en Mis memorias encontramos una obra que pretende y logra el supuesto básico de toda autobiografía: la de que revele una vida singular. Se mezclan las vivencias de infancia y adolescencia con opiniones políticas o hechos posteriores al límite del relato. En sus causeries también juega este juego. Sus mejores herramientas para combatir el aburrimiento de sus lectores y el suyo propio, como lo afirman los profesores Cristina Iglesias Y Julio Schvartzman en su libro Horror al vacío y otras charlas.
Desde aquí podemos pensar algunas similitudes, pausas y las digresiones parecen apuntar al mismo propósito de combatir el aburrimiento, como estrategia literaria. Mansilla y Meret escriben y describen sus formas de escribir. Delatan su placer por la literatura, la necesidad de escribir sobre sus maneras de escribir y leer.
En Meret encontraran un capitulo llamado “El escritor” en el que describe el porqué de su deseo y forma de escribir. Además percibe en la escritura un movimiento. Siente que abandona la pausa. Siente la necesidad imperiosa de escribir aunque más no sea media página al día.
Del mismo modo Mansilla posee una causerie llamada “De cómo el hambre me hizo escritor” donde narra el paso de su yo lector a un yo escritor.
“Poco a poco, algo fue trazando la torpe mano; borraba más de lo que quedaba legible. Tenía que describir lo que no había visto: la navegación de lo innavegable; de lo que era peor, lo que había visto, lo innavegable de la navegación, y sólo me asaltaban en tropel recuerdos de la China y de la India, de la Arabia pétrea y del Egipto, de Delhi, de El Cairo y de Constantinopla; no veía sino desierto en todo, pero desierto sin fantásticas Fata Morganas siquiera, y todo al revés, dado vuelta.” (Horror al vacío y otras charlas. Cristina Iglesias, Julio Schvartzman. Editorial Biblos. 1995. Pág.76)
Dos temas se abren. Por un lado le piden que escriba, él está de viaje en Santa Fe y está corto de fondos y le ofrecen escribir para un diario sobre una regata que se efectuaría en el Paraná pero el río está muy bajo y es puro barro. Aún así el escribe ese texto haciendo verosímil el evento. Mansilla lucha con la idea de verdad en sus textos. Pondera que aquello que cuenta es cierto aunque no desconoce que en parte lo relatado tiene algo de ficticio. Dirá entonces del lector:
“Aquí, y en todas partes, lo mismo en los tiempos antiguos que en los modernos, el público ha sido, es y será muy curioso. Su curiosidad sólo es comparable a su credulidad, de manera que el número de impresiones que necesita engullir debe computarse, en gran parte, por la suma de mentiras que tiene que digerir” (Horror al vacío y otras charlas. Cristina Iglesias, Julio Schvartzman. Editorial Biblos 1995. Pág. 25)
En tanto Meret dirá:
“No se me ocurre, en el marco de una escritura vivencial, qué sería capaz de contar sin caer en la reelaboración de mi vida a través de la escritura”. (Pág.16)
El segundo tema abierto es la concepción espacial. Meret piensa en un baldío, un espacio donde puede alojar su pasado. En Mansilla el pasado atraviesa los continentes y los abarca a todos. Mansilla es un personaje en perpetuo movimiento, Meret un personaje inanimado.
Entre las similitudes más importantes se ubica el desorden de los capítulos. En Meret la cronología no estructura el texto, por el contrario es una invitación a leer la novela en varias direcciones. Y esto recuerda al folletín, a esas causeríes de Mansilla llenas de digresiones, verdaderas pausas en la lógica de un texto, que llevaban al autor a contar otra historia dentro del relato original. También en su autobiografía se sostiene ese desorden cronológico.
Otra estrategia compartida es el humor, Mansilla desparrama comentarios pícaros como pinceladas precisas. Del mismo modo Meret cuenta sus chismes con humor, como en el capitulo “Gol de nadie”. Incluso declara en la charla abierta antes mencionada: “Editar una autobiografía como primer texto me causaba gracia”, el humor estaba instalado en el principio del proyecto mismo.
Los textos de Mansilla y En la pausa de Meret se dedican al chisme o anécdota como lo dice su autor en la citada entrevista: “El chisme se acentúa en el texto autobiográfico, pero para que el chisme funcione hay que ver como se lo relata, contando literalmente algo o buscando otra manera.” En Mansilla se esperan los chismes de una familia prestigiosa, del General Mansilla (padre), de su tío materno Juan Manuel de Rosas. De sus amigos políticos y de sus enemigos políticos. Hace de sus memorias un cuadro que muestra toda la tradición nacional que se va forjando. Así podemos pensar que hay cierto intento de verosimilitud en Mansilla, puesto que quiere dejar una impronta o una fama familiar y personal determinada.
En cambio en Meret el chisme apunta a esos pequeñas anécdotas familiares, de esas de las que se habla de vez en cuando con ciertas emociones encontradas e incómodas, como en el capitulo “Travesti” de su novela. Y dirá también en la entrevista: “No opté por lo verosímil, contar una vida no puede ser verosímil” así la anécdota del libro comprado por su madre nos dice: “Incluso, y aunque admito que estoy dándole paso a una mentira, recuerdo la vez que mi madre lo compró” (Pág.9) Entonces la estrategia será: “Buscar lo más pequeño que pueda explicar al personaje” como nos dice en la entrevista.
Ahora bien más allá de las similitudes o diferencias, el género está presente reinventando nuevos contratos con el lector. El propio Meret que reconoce al ser entrevistado: “Mi relación con la literatura es la de un lector enloquecido”, se confiesa también como lector de blog, y de libros que circulan en internet. Confirma que su texto está en sintonía con una edición en blog, que guarda a su vez enormes similitudes con los folletines o mejor aún causeries de Mansilla.
Finalmente creo que las pausas de Meret son digresiones silenciosas, espacios en blanco que también cuentan algo, una instancia que por repetida toma un énfasis particular. Y así como Lucio V. Mansilla se permite incluir lo mejor de su pensamiento en esas digresiones, Diego Meret logra novelar su pausa, su hoja en blanco y llenarla de significado.
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